‘Ningún amor se desperdicia’

Veinte animales de peluche yacían de manera siniestra boca abajo, hombro con hombro, formando un círculo perfecto en el suelo. Mi hija de 11 años, Mary, estaba sentada en el centro, como si celebrara un ritual esotérico. Yo ya estaba acostumbrada a ese tipo de cuadros. Los peluches de Mary eran algo más que objetos…