El Día de Acción de Gracias pasado estaba sentado a la cabeza de la mesa del comedor con mi familia alrededor mientras disfrutábamos nuestro banquete tradicional: pavo, papas, salsa de arándano, salsa de carne y una mezcla de puré de camote con minimalvaviscos que de cariño llamamos “engrudo”.
Mis hijos, de 18 y 20 años, formaron una montaña de comida en sus platos. Mi madre se sirvió porciones más pequeñas y una copa de vino. Y yo sostuve la mano de mi amada, que estaba sentada a mi lado con lágrimas en los ojos mientras veía al otro extremo de la mesa a una mujer, su contemporánea, que comía con la ayuda de una cuidadora.
Esa mujer es mi esposa, Bridget, de 59 años.
Antes de que el alzhéimer devorara las neuronas de Bridget junto con su esencia, el Día de Acción de Gracias era su festividad favorita. Ahora, una década después de desarrollar la enfermedad, mi esposa no tenía idea de lo que era el Día de Acción de Gracias ni de quiénes éramos nosotros. La cuidadora tenía que seguirle recordando que se quedara sentada. Esa noche también fue la primera vez que ella y mi nueva pareja comieron en la misma mesa.
Ninguno de nosotros pudo haber imaginado esa escena sino hasta hace poco. Durante una década, mi esposa y yo estuvimos felizmente casados y como padres, hasta que sus habilidades funcionales comenzaron a fallar. Bridget —quien de manera experta organizó nuestra boda y los presupuestos del Museo de Arte Moderno y el Museo Whitney en hojas de cálculo de Excel— se rehusó a creer que fuera algo serio hasta que los errores se volvieron demasiado frecuentes y peligrosos como para ignorarlos: pasaba de largo las señales de alto, dejaba que las ollas se prendieran en llamas, se perdía de las citas de juego de los niños e incluso olvidó asistir a la cena de su cumpleaños 50.
Después de que el neurólogo nos diera la devastadora noticia, hace 8 años, de que Bridget sufría el inicio de la enfermedad de Alzhéimer, yo la atendí en casa con la ayuda de cuidadores mientras seguía con mi empleo de tiempo completo y fungía como padre de nuestros hijos, de 11 y 13 años en ese momento.
Con el tiempo, Bridget requirió cuidados las 24 horas en casa. Debido a su agitación incesante, tuve que dejar de dormir en nuestra habitación, y creé un espacio aparte en nuestro hogar para que yo pudiera dormir y vivir ahí.