Decidimos escribirle a Frank una carta conjunta, pero mi corazón se encogió cuando nuestro primer conflicto como hermanos se desarrolló en los comentarios que hicimos en las revisiones de nuestros borradores. Mi enfoque era sincero y detallado; el de HB era alegre y breve. Ambos queríamos lo mismo, una respuesta, pero nos aferrábamos de manera obstinada a nuestras propias estrategias. Cada uno de nosotros temía que el estilo del otro nos llevara al silencio o, peor aún, a una carta de cese y desiste, como suele ocurrir. Un rechazo tan cósmico habría sido intolerable, y yo, de antemano, me puse furiosa con nuestro padre por su posible rechazo.
Finalmente, le dije a HB que se limitara a enviar su versión y no me mencionara.
“No es mala idea”, dijo. “Yo me encargaré del contacto y, si no responde, no puedes tomártelo como algo personal”.
Pero al excluirme de la carta me sentí sola una vez más, culpable por haber abandonado nuestro esfuerzo conjunto, y también aterrada de que HB desapareciera ahora. “Todo esto se desmorona sin él”, dije, sollozando, en el diván de mi terapeuta.
Tres semanas después, HB recibió una carta redactada con atención y esta venía con membrete del buen doctor. Era empática y respetuosa. Decía que estaba abierto a una mayor comunicación, así que él y HB concertaron una llamada.
En cuanto colgaron, HB me llamó.
“Cerré los ojos y dejé que su voz me inundara”, me contó. Como padre primerizo, estaba nervioso de una manera poco habitual. “Fue como cuando los bebés reconocen la voz de sus padres. Como la forma en que reconocen su olor”.
En su conversación, también le habló a Frank de mí.
Cuando Frank y yo hablamos unos días más tarde, oí el mismo timbre de voz masculino en su voz. Con lápiz y papel en mano, le pregunté y me respondió. ¿Sus intenciones? Claro, había querido ayudar a las parejas infértiles y formar parte de la ciencia, pero también necesitaba los 25 dólares por “espécimen vivo”. No, no se había presentado ningún otro vástago. Sí, se había estado preparando para una carta como la de HB, pero aun así le había costado trabajo responder. No, nunca había pensado mucho en los posibles resultados de sus donaciones. No, no habría donado si no hubiera sido anónimo.
De alguna manera, Frank era humilde y estaba lleno de la autoestima de un profesor emérito, pero sobre todo parecía orgulloso de que sus genes se hubieran desarrollado bien. Me gustó su combinación de seriedad y dulzura.