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A mediados de marzo, Reebok organizó su cumbre anual de la marca para unos 500 socios comerciales en el Artists for Humanity EpiCenter, un espacio para eventos de Boston donde Todd Krinsky, el director ejecutivo de la empresa, reveló un secreto.
Krinsky le dijo a su audiencia que Shaquille O’Neal, el nuevo presidente de la división de baloncesto de Reebok, la cual pronto iba a resucitar, había querido asistir. Pero, en vez de ir en persona, había enviado un mensaje de video pregrabado.
Y ahí, en una gran pantalla, apareció la inconfundible presencia de O’Neal, con sus 2,15 metros de altura, apoltronado en la cama de su casa en Atlanta. O’Neal señaló que se sentía terrible por haberse perdido el evento y ofreció disculpas.
No obstante, en cuanto terminó el video, O’Neal apareció en persona pavoneándose por el escenario. Saludó al público y pronto se unió a Krinsky para una sesión de preguntas y respuestas que el director ejecutivo pensó que sería ligera y relajada. Sin embargo, como de costumbre, O’Neal tenía otros planes.
Krinsky acababa de formular su segunda pregunta —una pregunta fácil sobre algo así como cuál de los cuatro campeonatos de la NBA de O’Neal era su favorito— cuando el deportista pronunció un discurso improvisado que Krinsky recordó como parte sermón, parte discurso motivacional.