La cantidad adecuada de amigos
Ahora estamos en primavera. El clima mejora, los restaurantes, bares y estadios vuelven a llenarse, y las tasas de COVID-19 se han desplomado a nivel nacional. Es hora de reunir a la vieja pandilla, ¿cierto?
Para muchas personas, seguro que sí. Pero no siempre es tan sencillo.
“Nos acercamos a un final, y cuando las personas se acercan a los finales, tienden a saborear en vez de explorar”, dijo Laura L. Carstensen, profesora de psicología en la Universidad Stanford, que fundó un centro sobre la longevidad. Ante el cierre de un capítulo, tendemos a “centrarnos en personas y posibilidades conocidas, no en lo expansivo, lo nuevo. No pensamos: ‘Vamos a probar cosas nuevas’”.
Los estudiantes universitarios y los jóvenes adultos solteros, explicó Carstensen, tienen más probabilidades de regresar al estilo de vida prepandémico, al coleccionar amigos en masa para maximizar sus oportunidades de encontrar parejas, construir carreras y hallar su lugar en el mundo. A juzgar por las multitudes de vacacionistas primaverales que inundaron las playas de Florida este mes, sin mencionar a los grupos de veinteañeros que atestan las fiestas clandestinas sin cubrebocas, muchos parecen estar más que listos.
Para otros, hay buenas razones para revivir viejas amistades y alimentar otras nuevas. Al fin y al cabo, los humanos son animales de manada.
En este sentido, es fácil preguntarse si la dislocación masiva de nuestras vidas sociales fue simplemente una “pausa pandémica”, como dijo HuffPost el pasado octubre, o una “temporada de calma” de amistad, como señaló un artículo de The New York Times el pasado septiembre. Volveremos a nuestra naturaleza.
De forma perversa, los círculos sociales más estrechos que habitamos podrían ser más instintivamente humanos que nuestras promiscuas redes de “amigos” alimentadas por las redes sociales. “Cuando evolucionábamos en la sabana africana, vivíamos toda nuestra vida con grupos relativamente pequeños de 20 o 25 personas”, dijo Carstensen. “Si avanzamos hasta hace cien años, vivíamos en pequeñas granjas familiares. De vez en cuando alguien se acercaba a cinco o seis kilómetros de otra granja”.