Siempre me he vestido a la moda. Todavía quiero hacerlo, pero, a medida que envejezco, no quiero lucir ridícula con un atuendo para alguien de 20 años. Por ejemplo: ahora mismo me pregunto por los pantalones. Todos parecen ser realmente muy anchos y voluminosos. Me gustan, pero no son los más favorecedores. ¿Qué pasa con los dobladillos? ¿Deben ser largos o cortos? ¿Hay reglas para vestirse según la edad? —Liz, Akron, Ohio
Esta es una pregunta que me hago mucho. Después de todo, solo porque puedes usar algo no significa que debas hacerlo.
Hace unos años, cuando estaba viendo un desfile de moda y vi a una modelo con un enterizo de esmoquin con shorts pensé: “¡Ajá! Un enterizo de esmoquin con shorts. Eso resolverá muchos problemas de etiqueta”. Luego, casi de inmediato, pensé: “¿A quién quieres engañar? No puedes usar eso”.
Físicamente, el look me habría quedado bien (especialmente con medias), pero psicológicamente me habría sentido como si estuviera en una pijama muy elegante. Y ese es el tema con “vestir de acuerdo a tu edad”. No se trata de que haya una lista de prendas que puedas o no puedas usar. Se trata de todas las asociaciones y suposiciones que conllevan esas prendas.
Las estrictas reglas sociales o culturales sobre qué vestir según la edad ya no existen en realidad. Las pocas que hay tienden a ser contextuales e institucionales y tienen que ver con códigos de vestimenta en el lugar de trabajo. Y no tienes que dejar de querer ser elegante a los 50 años. Solo porque la industria de la moda aún insiste en mostrar la ropa en cuerpos menores de 25 años no significa que esas prendas no estén destinadas a mujeres de más del doble de esa edad.
Pero la forma en que te vistes es una declaración de quién eres y cómo quieres que te perciban. Y eso cambia a medida que vamos creciendo, incluso más, a veces, que nuestros cuerpos o tallas de vestido (aunque esos, por supuesto, también cambian).
En lo personal, siento que me ha costado ganar mis años, y la experiencia vale la pena llevarla puesta. Lo que significa que me he despedido de la ropa que por lo general asocio con mi juventud: dobladillos por encima de las rodillas (especialmente en faldas del estilo que llevan patinadoras y porristas), tops que enseñan mi ombligo, volantes, vestidos lenceros. Cualquier cosa, en realidad, que me lleve a deslizarme por un agujero espacio-temporal hacia una era en la que era una persona mucho menos formada, o a una época que ya viví. Eso tiene tanto que ver con las asociaciones personales como con los años reales.