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Kiley DeMarco asistió hace poco a la Noche de la Seguridad en la escuela primaria pública de sus hijos en Long Island, Nueva York. Mientras recorría los distintos puestos para informarse sobre cómo proteger a sus hijos de la ingesta accidental de una gomita de cannabis, sobre un programa local de prevención de la violencia o sobre cómo responderían los agentes de policía en caso de emergencia en el campus, un puesto le llamó la atención: un padre pedía a otros que se comprometieran a no dar teléfonos inteligentes a sus hijos hasta el final del octavo grado.
DeMarco tiene dos hijos, uno en preescolar y otro en primero. Pero, como muchos padres, ya ha leído libros e investigaciones que sostienen que los teléfonos inteligentes y las aplicaciones de redes sociales a las que pueden acceder con estos aumentan drásticamente la ansiedad, la depresión y los pensamientos suicidas en los adolescentes.
Pedir a los padres del mismo colegio que se comprometan a retener los teléfonos hasta cierta edad tenía sentido para ella. “Significa que no hay zonas grises”, dijo. “Hay un grado escolar definido en el que reciben el teléfono”.
La idea de actuar colectivamente, al unísono con otros padres, la hizo sentirse más segura de poder cumplir su compromiso. “Nos quita totalmente la presión como padres”, dijo. “Más adelante, cuando mis hijos empiecen a pedir teléfonos, podremos decir que firmamos este compromiso por el bienestar de nuestra comunidad y que lo estamos cumpliendo”.
En escuelas y comunidades de todo el país, los padres están firmando documentos en los que se comprometen a no dar a sus hijos teléfonos inteligentes sino hasta después de la secundaria. La idea, dicen los organizadores, es que, si los padres actúan juntos, es menos probable que sus hijos se sientan aislados porque no son los únicos que no pueden ver TikTok.