Un día, mientras tomábamos vino, se me saltaron las lágrimas al ver un video que él compuso tras pasar por una gran depresión, y me abrazó con fuerza mientras me escuchaba hablar de mis traumas pasados. Ese es el tipo de intimidad por el que daría todo. Sé que es poco realista decir que los factores externos pueden resolver los problemas internos, pero sentí que me estaba curando en su presencia.
Mis amigos me preguntaron: “¿Por qué no le pides que se quede?”. “¿Por qué no te vas con él?”.
La respuesta es que ninguno de los dos debe interponerse en el camino del otro a la hora de tomar decisiones en la vida. Creo que todo sucede por una razón. Llevábamos meses de vecinos, tomando copas en el mismo bar, leyendo libros en la misma librería, paseando por la misma calle y tomando el mismo ascensor, pero nunca nos habíamos conocido.
Una vez le pregunté qué habría pasado si nos hubiéramos visto en un bar, y me dijo: “Conociéndome, nada”.
Nuestra despedida se produjo después del confinamiento, pero no de la manera que yo esperaba.
El encierro nos sacó de nuestras vidas y creó esa burbuja de vulnerabilidad y romance, pero las burbujas siempre se rompen. Cuando la cruda realidad de la vida normal empezó a hacer acto de presencia, volví a ser la persona severa y racional que era antes. Por desgracia, mi corazón nunca gana las batallas contra mi cerebro.
Así que aquí estamos. Todavía en el mismo edificio, pero actuando como si ya se hubiera ido. Como nuestras conversaciones languidecen día a día, ya no miro por la ventana cuando se acerca el atardecer.
Sin embargo, en contadas ocasiones, cuando me encuentro por casualidad con una puesta de sol, me pregunto si el tono anaranjado que se oscurece promete un hermoso amanecer.
Zhengkun Hou es intérprete y traductora, y vive en Shanghái, China.