“Los círculos de comparación son más grandes, profundos y accesibles que nunca”, comentó Matthew Zakreski , de 39 años, psicólogo infantil de Roxbury, Nueva Jersey, y padre de dos niños pequeños. “Por la forma en que está programado nuestro cerebro, nos preguntamos: ¿Qué hacen los demás? ¿Por qué no lo estoy haciendo yo? ¿Qué saben ellos que yo no sepa? Eso nos lanza a una espiral de ansiedad y buscamos información para llenar ese agujero”.
Nicole Pappas Ferrin, directora de Barrow, una escuela para la niñez temprana en Manhattan, y madre de tres hijos de 39 años, está de acuerdo. “Hay una cultura milénial en torno a la información”, dijo. “Investigamos la cinta que estamos comprando, miramos las reseñas, incluso si estamos comprando una simple cinta. Crianza de los hijos: estas son las grandes decisiones. Quieres hacerlo bien”.
Cuando comenzó en Barrow Street hace 15 años, los padres “eran algo así como, ‘Llévate a mi hijo, que tengas un buen día, déjalos jugar’”, dijo. Ahora, “quieren saber por qué hacemos lo que hacemos, cómo lo hacemos. Eso es positivo”.
¿A quién le importa dar pena ajena?
El efecto de esta abundancia de información se deja sentir en todas partes, desde la hora de dejar a los niños en la escuela hasta las citas para jugar, y los milénials se toman la paternidad tan en serio que podría provocar que las generaciones mayores pongan los ojos en blanco. Bridget Shirvell, de 37 años, de Mystic, Connecticut, estaba en una fiesta de cumpleaños con su hija cuando otro niño hizo un berrinche porque ya se iba. “La madre intentaba hablar de sus sentimientos y uno de los abuelos presentes le dijo: ‘¿Cómo te va con eso de la crianza respetuosa?’”, narró Shirvell. “Él solo quería que metiera al niño en el auto y se fuera. Pero yo pensé: ‘Tienes que quitártelo de encima. Tenemos que trabajar por resultados a largo plazo”, dijo.
“Estamos trabajando en la relación que vamos a tener con este niño dentro de 20 años”, añadió.
Los padres nuevos siempre han estado preocupados por la crianza de sus hijos y, a menudo, solo hablan de ellos, sobre todo con otros padres, pero para esta generación, puede ser como estudiar un doctorado en una universidad imaginaria, con un sinfín de tareas y clases. “Estamos dándoles vuelta a los mismos libros, los mismos pódcasts, la misma gente de Instagram”, explicó Heidi Fichtner, de 40 años, de Rochester, Nueva York.