Bishan, atónito, me gritó como si hubiera olvidado a nuestro hijo. Corrimos de vuelta al templo mientras él murmuraba de manera sombría que era imposible encontrar a Nozy en un complejo tan grande y lleno de niños en edad escolar. Volvimos a comprar las entradas, entramos sin aliento y allí estaba, metido entre dos leones de arenisca, mientras esperaba con paciencia ser rescatado.
“¿Qué tan irresponsable puedes ser?”, dijo mi hermana más tarde.
Perdí mi derecho a llevar peluches en ese viaje. Pero mientras estaba allí con los ojos llorosos, agarrando un pequeño mono de peluche, con el corazón todavía latiendo, comprendí que el amor puede crecer en los lugares más inverosímiles, y que no hay amor que valga la pena si no se siente vulnerable a la pérdida.
En esta época de covid, el miedo a la pérdida nos persigue todos los días. La segunda ola en India nos golpeó con malas noticias: amigos y familiares que se enferman, hospitales que se quedan sin oxígeno, escasez de vacunas. Cada encuentro con el mundo exterior se siente como una partida de ruleta rusa. El mundo de los peluches nos había parecido una diversión inocente cuando tropezamos con él con la primera publicación de Chewie en 2016. Ahora se siente como un refugio, una comunidad que se mantiene unida incluso cuando las cosas se desmoronan a nuestro alrededor.
En un mundo en el que las redes sociales suelen ser una competencia tóxica, el mundo de los peluches celebra cien seguidores con tanta emoción como cuando se obtienen mil. Los humanos pasan a segundo plano y rara vez posan con sus peluches, a los que se refieren como “humano”, “compañero de piso”, “ayudante” y a veces “mamá” o “papá”, pero casi nunca por sus nombres.
Hay escépticos de los cubrebocas, activistas de Black Lives Matter, adolescentes con ansiedad y una abuela de seis niños, pero al final todo se trata de Zuzu la suricata y Azai el perro tuerto. Los detalles biográficos, la política y el color de la piel de los humanos siguen siendo ambiguos, como si demasiada información pudiera hacer añicos este mundo resplandeciente que se mantiene en pie gracias a una delicada suspensión de la incredulidad, una burbuja de jabón iridiscente que flota en una tarde dorada.
Pero, sobre todo, hay algo profundamente tranquilizador en saber que en el día más sombrío y desesperanzador hay un peluche al que puedes abrazar. En un mundo socialmente distanciado en el que no nos atrevemos a abrazarnos, eso no es un regalo pequeño.
Sandip Roy es un conductor de radio y escritor que vive en Calcuta, India. Es autor de la novela Don’t Let Him Know.