Le supliqué que dejara de preocuparse y prestara atención.
Cuando le expliqué la situación a mi terapeuta, me recomendó que viéramos a alguien especializado en el trastorno obsesivo-compulsivo, o TOC, del que Mike y yo sabíamos poco. Más bien, pensábamos que lo conocíamos, pero lo que imaginábamos era la versión cinematográfica: lavarse las manos con frecuencia, encender y apagar las luces, evitar pisar las grietas. Esos no eran los problemas de Mike.
Además, la gente suele asociar el TOC con ser un “maniático del orden”. ¿Cómo era posible que mi despistado marido, con sus montones de ropa sin doblar, tuviera un TOC?
Un especialista me explicó que la obsesión de Mike no era la pulcritud, sino la seguridad, especialmente en relación con la contaminación y el envenenamiento. Sus compulsiones eran la investigación y la búsqueda de seguridad. Al igual que una droga adictiva, las seguridades tenían cada vez menos efecto, por lo que necesitaba más y más para superar su miedo. Así que, cada vez que le prometía que todo iba a salir bien, en realidad estaba alimentando su trastorno.
Lo que hemos aprendido sobre el TOC:
Los síntomas suelen aparecer en la infancia o la adolescencia, pero también pueden surgir en la edad adulta.
Una vez que comienzan los síntomas, suelen pasar muchos años hasta que las personas reciben el diagnóstico y el tratamiento correctos.
Por suerte, el tratamiento puede ser muy eficaz.
En nuestra primera cita con el especialista, hicimos una lista de todas las cosas que le preocupaban a Mike y las clasificamos por orden. Luego, empezando por las más fáciles, empezó a enfrentarse a sus miedos y a soportar el malestar.
Se comió una baya sin lavar. Trajo zapatos con barro (y gérmenes) a nuestra entrada. Encendió nuestra estufa de leña, que llevaba mucho tiempo apagada. Con la ayuda de medicamentos contra la ansiedad, se esforzó para cambiar su reacción ante estas situaciones y otras que antes lo habrían dejado paralizado.