A finales de enero, una amiga me envió un correo electrónico para avisarme que su experta en cejas favorita iba a hacer una residencia en el norte de la ciudad, no muy lejos de donde yo vivía. Me reí. “No tengo cejas”, respondí. “¡Pertenezco a la gran generación de las cejas desaparecidas de Carolyn Bessette!”.
Llegué a Nueva York, joven e impresionable, poco después de que Bessette se casara con John F. Kennedy Jr. en 1996.
Para quienes no teníamos ninguna posibilidad de imitar el físico “esbelto y hermoso” de Bessette Kennedy (como lo describió la revista Time) o sus “mechones color mantequilla” (como describió sus iluminaciones el peluquero Brad Johns), estaban sus cejas. Newsweek, en una guía minuciosa y un tanto alarmante de su rostro, detallaba las cejas de Bessette Kennedy: “Solían ser más como un medio círculo. Ahora son más rectas, sin arco pronunciado, probablemente depiladas con cera o pinzas”.
Y así, millones de cejas desaparecieron. Para algunas de nosotras, nunca más volvieron, gracias al exceso de depilación.