Mi marido y yo fuimos amigos durante años antes de tener una relación sentimental. Él lo sabía todo sobre mi pasado, cada aventura, cada fantasma. Después de tres años de noviazgo a distancia, dejó su trabajo de finanzas en Singapur para estar conmigo en Rhode Island y dedicarse a su pasión, el ciclismo competitivo, hasta que un terrible accidente acabó su carrera de ciclista. Debido a mi trabajo actual, durante la pandemia nos mudamos a Hong Kong donde encontró una nueva pasión: el jiu-jitsu brasileño. Por mi parte, volví a entrenar boxeo tailandés.
Durante un año de duras restricciones por la pandemia de COVID-19 en Hong Kong, el compromiso con el entrenamiento físico nos mantuvo cuerdos, aunque entrenábamos por separado. Este año, decidimos tomar unas vacaciones y nos inscribimos a un retiro con clases de boxeo tailandés y jiu-jitsu brasileño. Él pensó que sería divertido practicar el deporte del otro. Quería enseñarme lo que tanto le gustaba.
Durante nuestra primera clase, me hizo una llave con facilidad y tuve una estúpida revelación. En todos nuestros años juntos, no había logrado comprenderlo como era: un hombre fuerte y con una condición física extremadamente buena. Por supuesto, de alguna manera ya lo sabía. Como atleta de alto rendimiento, fue ciclista de la selección nacional de Singapur, compitió en los Campeonatos Mundiales de Ciclismo, y sus amigos de jiu-jitsu con frecuencia hacían comentarios sobre su resistencia y fortaleza.
No guardé en mi mente nada de eso porque nunca había sentido su cuerpo de esa manera. Este era el hombre tierno que comparte mi cama y me ajusta los anteojos cuando se me resbalan por la nariz, cuya destreza física yo percibía mejor en su hábil uso de los palillos chinos al momento de levantar la delicada mejilla del pescado al vapor, esa parte tan preciada, que siempre guardaba para mí.
En el jiu-jitsu brasileño, el primer objetivo suele ser “pasar la guardia”, es decir, superar las rodillas del oponente para establecer una postura más dominante, a menudo montándolo. En el instante en que sentí su peso sobre mí, y sentí mi cuerpo inmovilizado contra mi voluntad, recordé esos horribles momentos de impotencia, y sentí cómo el sabor ácido del miedo se acumulaba de manera involuntaria en mis mejillas.