“Respira”, dijo. “Concéntrate en la respiración”. La voz del instructor era agradable, ligeramente áspera, como olas que se deslizan sobre guijarros. Incluso con los ojos cerrados, sé que estaba sonriendo, disfrutando de la clase de meditación más que yo.
“Eso es, inhala y exhala”, afirmó. “Solo la respiración. No hay nada más de qué preocuparse”.
Suena fácil, pero el problema es que en los últimos años me he hallado en un estado casi constante de ansiedad, y donde más la siento es en el pecho, en mi incapacidad para respirar correctamente. Así que enfocarme en mi respiración significa enfocarme en mi enfermedad.
El instructor no dejaba de repetir esa horrible palabra: respirar. “¿Cómo puedo respirar, si tengo el corazón roto?”, quería gritar. Normalmente no soy proclive a esos arranques sensibleros, pero tal es la prerrogativa de los que tienen el corazón roto.
“¿Qué sucede?”, preguntó el instructor.
Cuando abrí los ojos, estaba de pie frente a mí, una figura imponente, de 2 metros de altura, vestida de blanco y con el pelo a juego. Temo que me diga lo que suele decir a la clase: que esta práctica, si lo permitimos, puede ser un acto de amor propio. En ese momento, dejo de respirar por completo. Este señorcito vestido de blanco se atrevía a hacer pucheros y, cuando intentó ponerme la mano en el pecho, me aparté. Acto seguido, me levanté y me fui de allí.
Lo que me parece extraño de tener a la vez ansiedad y el corazón roto es su volatilidad cuando se combinan, la facilidad con la que se puede estallar en ira. Fuera del centro de meditación, me dieron ganas de tirar una piedra a través de la ventana tan esmerilada que lucía glaseada, como una galleta de Navidad. Pero al volver a casa me sentí avergonzado. Empecé a llorar.
Es posible que mi corazón roto sea como el tuyo. Esta parte de la historia es bastante común, sobre todo últimamente. En los últimos años, cuatro de mis amigos murieron, dos de covid. Mi círculo social nunca ha sido extenso —hasta hace poco contaba con unas 12 personas—, así que la pérdida de un tercio de ellos ha sido profunda.