Un lunes reciente, Karissa Bodnar, de 34 años y fundadora y directora ejecutiva de Thrive, una empresa de cosméticos, llegó a una fiesta de lanzamiento para su última línea de productos. El lugar: una oficina en un quinto piso iluminada con luces fluorescentes en el centro de Manhattan. La parafernalia: quesos, crudités, cerveza y vino. El entretenimiento: una bocina con conexión Bluetooth que reproducía hip-hop de los años 2000 (Flo Rida, Lil Jon).
En las siguientes tres horas, llegarían decenas de maquilladores, editores de publicaciones de belleza e influentes de redes sociales acostumbrados a fiestas en destinos lejanos como Tokio y el sur de Francia. O quizás no.
“Con todo respeto, no me interesa si vienen o no editores e influentes”, dijo Bodnar, observando la recepción sin ventanas. Llevaba un traje con falda de lentejuelas turquesas y plateadas que reflejaban por el suelo las luces del lugar como una bola disco. “Tenía 25.000 dólares de presupuesto, y no iba a organizar un almuerzo en el Four Seasons ni a rentar una casa de verano para que los influentes se tomaran selfis”.