
Esa misma tarde yo volvía a casa tras una operación ambulatoria de rodilla. Cuando recibí la llamada de que estaban en el hospital, ya estaba en casa con la pierna en alto y sin poder hacer nada por ayudar.
La segunda y última visita que hice al hospital fue el día del cumpleaños 60 de Miriam. Varias semanas antes había estado planeando una fiesta, una reunión festiva para celebrar el fin de nuestro aislamiento pandémico. Pero en lugar de eso, estaba en la unidad de quemados, continuando su trayectoria de cirugías.
Esa mañana llegué con las manos vacías, pues los regalos que había comprado aún no habían sido enviados: dos pañuelos de seda que ella podría usar para envolverse holgadamente alrededor del cuello cuando estuviera fuera del hospital. Miriam se tomaba muy en serio su estilo y yo quería que se sintiera elegante y guapa. Cuando le hablé de los pañuelos, quedó encantada.
Después de aquel día había una larga fila de amigas íntimas que se apuntaban a las visitas y yo me resistí a ir otra vez, pensando que ya tendría tiempo con ella cuando volviera a casa. Empecé a prepararme para hacer un hueco en mi agenda para las visitas diarias, durante las cuales imaginaba que la ayudaría a andar, a moverse y a vestirse, todo lo que necesitara. Iba a ser un largo camino hacia la recuperación, pero las personas que la querían en su vida eran legión y formaríamos un equipo de apoyo y curación.
Después de la quinta operación, Miriam ya no se reía con las enfermeras. Había dejado de esforzarse por ser una buena paciente y su ánimo había decaído. Entonces, recibimos la noticia de que la darían de alta. La noche de su regreso a casa iba a ser la primera noche de Pascua.
Yo estaba celebrando un pequeño Séder con mi pareja y su hijo. Levanté la copa de Miriam —una nueva adición al Séder, normalmente llena de agua, que representa la liberación y la vida— y relaté la historia de cómo la profetisa Miriam, la hermana de Moisés y Aarón, dirigió a las mujeres judías mientras cantaban y tocaban timbales, celebrando el cruce del mar Rojo y la libertad del pueblo judío. Luego brindamos por la liberación de mi Miriam, tras un mes en el hospital, esa misma noche.
Lo que yo no sabía es que, mientras estaba contando la historia de la copa de Miriam, mi Miriam había llegado a casa, había entrado, se había tumbado y había muerto, tal vez de una embolia pulmonar. Su liberación nunca llegaría.