“¿Su marido ya embarazó a alguien antes?”, me preguntó mi médico. Estábamos intentando averiguar el motivo de mi infertilidad.
“No”, respondí. “Creo que no. Se lo voy a preguntar”. Parecía algo que yo debía saber.
Mientras conducía de vuelta a casa por las sinuosas carreteras del condado de Marin, llamé a mi marido, Nick. Al principio, evité la pregunta contándole lo que había pasado ese día en el restaurante donde trabajaba: un cocinero estaba enfermo. Y, ah sí, mi médico me preguntó si alguna vez habías embarazado a alguien.
Las secuoyas se alzaban a ambos lados, creando un crepúsculo artificial. Silencio.
“¿Me escuchaste?”, le pregunté.
“Sí, te escuché”, respondió Nick. “Y, sí, lo he hecho. En mi último año en la escuela secundaria”.
“Vaya, nunca me lo habías contado. ¿Eso significa que ella tuvo un aborto?”.
“Sí”, dijo, su voz apenas audible.
¿Qué? ¿Cuatro años de matrimonio y nunca salió el tema? “Casi no puedo oírte”, dije, tratando de sonar despreocupada. “Hablemos más tarde. Por ahora, supongo que puedo informarte que tus herramientas parecen funcionar bien”.